Mientras estábamos comiendo cae un vecino visiblemente borracho (al ser un pueblo tan chico es normal que cualquiera entre a cualquier casa) de nombre Tunken que aparentemente sabía decir «Ok» y dos palabras más. Lo gracioso era que lo cantaba, imposible reproducir en letras pero de tan repetitivo nos hacía reír. Era muy simpático y tratamos de hablar lo que podíamos enseñándonos a escribir nuestros nombres y festejando cuando él leía bien.
De pronto vimos que en frente de la casa había un fogón en el que participaban jóvenes y le preguntamos a Chocho si podíamos ir. No tenía problema y él que estaba ya listo para dormir nos dijo que nos acompañaría así podía ser intermediario entre estos chicos de la tribu Pa’O y nosotros. Nos recibieron de la mejor manera que te puede recibir alguien, con sonrisas y haciéndonos lugar para sentarnos intercalados con ellos. Estaban pelando ajo para poder replantar los dientes luego e intentamos ayudarlos. No hace falta aclarar que el cocinero (Matu) fue el que le agarró la mano rápido al tema y pudo ayudar mejor.
Los chicos le decían a Chocho que se sorprendían para bien porque nos veían felices e intentando ayudarlos e integrarnos a nuestra manera al grupo que conformaba el fogón. Eran evidentes nuestras diferencias pero sabíamos que éramos (y somos) iguales. El cielo estaba muy estrellado, la única luz que teníamos cerca era el fogón y la luna. Nos contaron que cielo es Gonken, luna es La y estrella es Che. Chocho nos intentó enseñar una oración entera que incluya estas tres palabras pero era bastante difícil y no la pudimos aprender. Tunken apareció nuevamente para romper con el momento mágico, pero hay que entenderlo: estaba completamente ebrio y no todos los días aparecen 5 extranjeros para poder hablar. Obviamente todos lo conocían y se empezaban a reír con cada cosa que hacía, por lo que dedujimos que era el borracho del pueblo. Después de un rato largo Chocho ya quería irse a dormir, nos teníamos que levantar a las 7 de la mañana pero eran las 9 o 10 si no me equivoco, igualmente estábamos muertos así que nos fuimos todos a dormir. Tengan en cuenta que estábamos en un pueblito de montaña, sumado a las paredes de bambú de la casa y sin las mejores ventanas del mundo, además de que el «colchón» era una lona en el piso, cada uno tenía 2 frazadas y así y todo nos morimos de frío. Al otro día todos resfríados hasta el desayuno.
Nos despertamos y nos reíamos de la noche anterior y del personaje que habíamos conocido. Esti se levanta para ir al baño a lo que digo «Si aparece el tipo me muero». Apenas empieza a bajar la escalera, se escucha el grito del borracho (que aún seguía en su condición) y todos nos estallamos de la risa. Se sentó con nosotros en la mesa mientras estábamos desayunando y ya estaba medio pesado así que el guía amablemente le pidió que se retirara.
Después del desayuno emprendimos viaje nuevamente, nos quedaban otros 20km por caminar y al rato me empecé a sentir descompuesto. A la francesa le pasó lo mismo que a mí así que fue un día bastante difícil y además más lento. Evidentemente fue algo con el agua, y nos tuvimos que cuidar el resto del día en las comidas, agradeciéndole a los templos que nos cruzábamos en el camino por tener baño.
Pasamos por otras tres aldeas, siempre con la gente sonriendo y saludándonos, incluso pasamos por una escuelita donde las clases se interrumpieron un momento porque los nenes estaban todos mirando para nuestro lado mientras nos saludaban y se escondían. En «Pan paw» paramos al lado de un campo lleno de ajíes secándose al sol a descansar unos minutos y seguimos camino hasta «Norline» para almorzar. La verdad es que los almuerzos y cenas fueron todos iguales, con frutas, un plato de arroz o fideos y otras ensaladas, algunas muy ricas, otras no tanto y otras muy verdes. Luego del almuerzo que no fue en una casa de familia sino en una especie de parador seguimos camino unas horas hasta que llegamos a un cruce de un río. Antes de llegar al río había dos vacas que no nos dejaban pasar y su dueño no aparecía, así que tuvimos que treparnos a una elevación de la tierra y buscar otro camino desde más arriba para llegar al mismo lugar.
Después de descansar cerca del agua -Chocho nos desafió a meternos pero estaba bastante fresco- atravesamos un campo de arroz en el que vimos mucha gente trabajando, y cuando lo terminamos de cruzar salimos al camino que siguen las vacas de carga, donde vimos que uno de los carros se había dado vuelta bloqueando el camino y estaban todos intentando acomodarlo para poder seguir. De repente había un tráfico impresionante, contamos más de 10 carros esperando para pasar. Una vez solucionado esto nos faltaba solo media hora para llegar al lugar donde pasaríamos nuestra segunda y última noche, «Palto pauk», pero aparece una manada de vacas y no sabíamos quién debería ir primero, si ellas o nosotros. Terminamos por llegar y paramos en una especie de kiosco a tomar algo, de paso había una guitarra así que con Esteban nos pusimos a tocar, todos cantamos una canción y le pedimos a Chocho que se cante una en Burmese. Al final se copó y cantaba espectacular el tipo. Después fuimos a la casa donde se repitió el ritual de presentaciones igual que en la primera noche, aunque acá estábamos muertos así que cenamos y nos fuimos a dormir otra vez muertos de frío.
El último día nos despertamos bien temprano, creo que entre 6 y 6 y media porque al mediodía teníamos que estar en el último pueblo antes de cruzar el lago. Hacía muchísimo frío y había niebla, no se veía mucho, cuestión que con el pasar del tiempo fue mejorando. En esta tercera y última etapa ya nos había anticipado Chocho que nos íbamos a empezar a cruzar otros grupos de turistas porque había un único camino y la primer parada fue justamente donde cobran la entrada para la zona del Lago Inle. Esta sale 10 dólares y dura una semana. Dos horas después paramos nuevamente a descansar un ratito y los guías que estaban ahí se pusieron todos a jugar al Chinlone y nos invitaron a jugar, fue muy divertido y al final no descansamos nada! Los paisajes no fueron tan intensos como el día anterior y también estábamos realmente cansados así que no lo disfrutamos tanto, pero fue hermoso llegar al último lugar y sentarnos a esperar la comida.
Sobretodo cuando vimos que los que estaban sentados al lado nuestro tenían un terrible plato de fideos con pollo, aunque a nosotros nos llegó solo una sopa… Después de comer y descansar un rato, Chocho nos presentó al «chofer» del bote que nos iba a llevar por el Lago Inle hasta Nyaung Swhe nuestro destino final y se despidió de nosotros.
Ya en el bote, camino a Nyaung Shwe pasamos por algunas aldeas cuyas casas estaban montadas casi directamente sobre el agua y no se podía acceder de otra manera que no sea en barquito. Vimos por primera vez a los pescadores con su técnica tan particular y única de este lugar del mundo aunque ya lo íbamos a disfrutar más adelante. Una hora y media después llegamos al pueblo, directamente al hotel a dormir.